Tres poemas
- Oscar David Rodriguez
- 15 oct 2021
- 2 Min. de lectura
La estudiante Yankari Vargas, del grado 1102 de la jornada Tarde, nos envió estos tres poemas como recomendación. Su selección nos trae obras de William Shakespeare, Cesare Pavese, y Virginia Woolf. Esperamos que los disfruten.

Una canción de hadas
William Shakespeare
¡Sobre la colina, sobre el valle, arbusto completo, brier completo, sobre el parque, sobre pálido, inundación profunda, fuego completo! Sí deambulo por todas partes, más rápido que la esfera de la luna; Y sirvo a la Reina de las Hadas, para rociar sus orbes sobre el verde; Las vacas altas de sus pensionistas serán; En sus abrigos dorados se ven manchas; Esos son rubíes, favores de hadas; En esas pecas viven sus sabores; Debo ir a buscar algunas gotas de rocío aquí, y colgar una perla en cada oreja.
Mañana
Cesare Pavese
La ventana entornada recuadra un rostro sobre el campo del mar. Los lindos cabellos acompañan el tierno ritmo del mar.
No hay recuerdos en este rostro. Sólo una sombra huidiza, como de nubes. La sombra es húmeda y dulce como la arena de una intacta caverna, bajo el crepúsculo. No hay recuerdos. Sólo un susurro que es la voz de la mar convertida en recuerdo.
En el crepúsculo, el agua mullida del alba, que se impregna de luz, alumbra el rostro. Cada día es un milagro intemporal, bajo el sol: lo impregnan una luz salobre y un sabor a vívido marisco.
No existe recuerdo en este rostro. No hay palabra que lo contenga o vincule con cosas pasadas. Ayer, se desvaneció de la angosta ventana, tal como se desvanecerá dentro de poco, sin tristeza ni humanas palabras, sobre el campo del mar.
Piedras En Los Bolsillos
Virginia Woolf
Las toscas piedras llenaban tus bolsillos
porque no pretendías quedar flotando
como la dulce Ofelia.
El bastón lo dejaste colocado en la orilla
sobre la hierba húmeda.
El río te aguardaba.
Los aviones enemigos sobrevolaban
el cielo gris de Londres.
El río te aguardaba.
La gasolina escondida en el garaje
dispuesta para arder
antes de que tumbaran a patadas tu puerta
resultaba una opción demasiado dramática,
estridente.
El río te aguardaba,
te prometía un tránsito discreto
arropada con algas,
acompañada de diminutos pececillos.
A veces pienso
que quizás el impacto de tu cuerpo
con el agua tan fría
te hizo reaccionar,
pero ya tus gélidos y agarrotados dedos
no pudieron deshacerse con rapidez
de las pesadas piedras;
y fueron incapaces de mantenerte a flote
los adjetivos exactamente colocados,
los nombres tan cuidadosamente escogidos
en cada uno de tus párrafos
en esas construcciones sostenidas por un hilo invisible
donde la trama y el estilo y la vida
son una misma cosa;
no te ayudaron las últimas pruebas
que corregiste con esmero,
la desazón, las dudas ante un final que no te convencía
en tu última novela.
Este final tampoco.
Pero ahora te estás hundiendo sin remedio.
Imposible la segunda edición.
Lo primero que encontraron fue el bastón en la orilla.
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